Todos nuestros casos son reales, con nombres ficticios para preservar el anonimato de nuestros usuarios (las imágenes son cedidas).
El joven sin hogar
No tiene domicilio, duerme donde puede, y no tiene trabajo.
No sabemos qué le ha pasado para llegar a esa situación, pero sí vemos en estos casos lo importante de tener una familia detrás o no tener a nadie. También lo que supone para ellos notar una pizca de calor humano.
Ni siquiera tiene para pagar lo poco que cuestan aquí los alimentos y su Cáritas se ocupará, de momento, de ello.
Está muy contento con el infiernillo que se ha comprado, porque ahora podrá hacerse la comida con lo que se compra en el economato.
Esto es solo un paso en el buen camino, también una oportunidad para poder levantarse y conseguir lo que ahora se le hace inalcanzable.
No lo tiene fácil. Dios quiera que lo consiga.
La señora amable
Maruja es una señora muy delgada, ya pasados los setenta, que tiene los ojos muy tristes, pero una sonrisa permanente en su cara.
Habla con su frágil tono de voz y una exquisita delicadeza, mostrando lo que sabemos de sobra: que la educación y clase de una persona son cosa de su interior, y no de los bienes que posee.
Lo que encuentra en su casa cuando llega, deprimiría a cualquiera. A ella, no. Lo sufre, pero lo acepta. Eso es lo que dicen sus ojos y su sonrisa.
Cuando vuelve al economato, después de un tiempo sin venir, y le preguntamos el motivo de ello, nos dice que no quiere abusar, que otros muchos también lo necesitan.
Es otro ejemplo más de dignidad, de los que vemos a diario.
Sola ante la adversidad
María no está separada como otras mujeres que vienen al economato, pero no puede contar con el marido para nada. Ella sola está sacando, como puede, a sus cinco hijos adelante y todas las tareas de casa.
Viene a comprar con los críos, que son muy traviesos, porque no tiene con quien dejarlos. Es inimaginable la tensión que esta mujer sufrirá cada día, y admirable que se levante con ganas de luchar por ellos, cada mañana.
Con algún subsidio que a veces cobra, la ayuda con algún recibo de luz, y lo que ahorra en la compra cuando está en el economato, ha ido saliendo del paso.
Un héroe desconocido
La prensa local publicó que un hombre mayor resultó herido de gravedad por defender a un anciano del ataque de dos delincuentes, salvándole la vida. Ni siquiera dieron su nombre.
Días después, apareció en el economato José Manuel. Como siempre, con su bici y el perrito siguiéndole a él. Nos sorprendió su herida en el brazo con decenas de grapas, ¡había sido él!
– Vi al pobre anciano y ¿qué otra cosa podía hacer? –nos dijo, sin darse importancia.
No nos extrañó. Era alguien especial, de una bondad fuera de lo normal.
– Pero, ¿cómo da a otros lo que compra aquí, si usted es muy pobre? –le preguntamos más de una vez, cuando supimos de ello.
Hacía por explicarlo y no podía… Era solo que no podía ver a nadie pasando necesidad.
Hace poco, la prensa local informó de la muerte de un hombre por un golpe al caer de su bicicleta. Era él. Tenía 59 años y una durísima vida detrás.
Este fin de año de 2022, recibimos donaciones inesperadas. Quizás él tenga algo que ver.
Fue un privilegio haber podido ayudar en algo a un héroe desconocido y especial como él.
Rocío
Casos parecidos al suyo hay bastantes en el Economato. Rocío tiene 30 años, está separada y tiene dos hijos. Fue mujer maltratada, hasta que se cargó de valor y acabó con una relación contaminada de adicciones y mentiras.
Su ex no le pasa pensión, y su familia la ayuda poco, porque también están mal. Ella sola trata de sacar adelante a su pequeña familia. Tiene que pagar un alquiler y el gasto de los niños. Intentó conseguir trabajo, pero nadie contrata a una mujer con esas cargas familiares. Acudió a Cáritas y la derivaron al Economato. Gracias al ahorro en la compra puede pagar el alquiler, y evitar el desahucio, que le aterraba. Más de una noche soñó con quedarse en la calle con los críos llorando.
Del Economato le gusta que puede elegir lo que necesita y lo paga, aunque sea un precio subvencionado. Así, le da menos vergüenza. No quiere pensar en el futuro, Ella está centrada en el día a día de sus hijos.
Antonio y Juana
Tienen cuatro hijos. Él, hace años trabajaba en una empresa de muebles de cocina. Le daba para mantener a la familia sin lujos pero sin agobios. Su mujer se dedicaba a los hijos y al hogar, que ya es bastante trabajo. Eran felices, aún con los problemas de cada día.
Un día llegó aquella maldita crisis. Bajaron los pedidos y los deudores dejaron de pagar las facturas. El empresario quiso seguir, pero no aguantó mucho, y tuvo que cerrar la empresa.
Cuando llegó el día, Juana lo supo nada más verlo entrar. Llevaba los ojos enrojecidos y la mirada tristísima.
– No digas nada –le dijo, cortando un amago de sollozo-. Eres trabajador, honrado y el mejor en tu oficio, ¡te contratarán, seguro! ¡Qué flojos sois los hombres!…
Juana lloraba a solas, nunca lo hizo delante de él ni de sus hijos. Los meses siguientes fueron horribles. Antonio no encontró trabajo por la edad y entró en depresión. Cogió miedo a salir a la calle; hasta abrir el buzón de correos le aterraba.
Fue ella quien intentó sacar a la familia adelante, cosiendo y fregando escaleras. Pero no podía con la hipoteca, los recibos y los gastos. Tardó en decidirse a ir a Cáritas; lo hizo y la derivaron al Economato Social. Allí ha estado en varios periodos. No hace mucho vino a despedirse. A Antonio le había salido un trabajillo, poca cosa, pero que les daba para ir tirando y ya no nos necesitaba.
Isabel, la abuela
Su historia de calamidades daría para un serial televisivo; pero ahí está, jamás pierde la sonrisa. Es enjuta, con el pelo corto y blanco, y la cara llena de arrugas; esas que algunos dicen que son cicatrices de la vida.
– ¿Cuántos nietos tiene usted?
– Va pa diecisiete, y tres biznietos. Es que… con siete hijos, ya me dirá usté. Y uno en prisión… ¡las malas amistades!
Ha recogido a su nuera y los tres críos que tiene; y eso que tiene al marido casi inválido.
- ¿De dónde saca fuerzas para todo, Isabel?
- ¡Si ahora es cuando mejor estoy! Antes tenía a tos en casa…. A mí me gusta que encalaabuela tengan su refugio. Y cuando encuentran curro, se van. Así tiene que sé.
Como la ínfima paga del marido le daba para poco, acudió a Cáritas, y de ahí la derivaron al Economato. Allí va cada semana, con su carrito y alguno de los nietos; todos muy educados. Es ejemplar; muy desprendida, y lleva las adversidades con alegría.
Da que pensar, que tantos premios que se dan, no les llegue nunca a estas personas increíbles. Y que las tengamos escondidas….
Algunas de las imágenes ha sido tomadas de Freepik