Tienen cuatro hijos. Él, hace años trabajaba en una empresa de muebles de cocina. Le daba para mantener a la familia sin lujos pero sin agobios. Su mujer se dedicaba a los hijos y al hogar, que ya es bastante trabajo. Eran felices, aún con los problemas de cada día.
Un día llegó aquella maldita crisis. Bajaron los pedidos y los deudores dejaron de pagar las facturas. El empresario quiso seguir, pero no aguantó mucho, y tuvo que cerrar la empresa.
Cuando llegó el día, Juana lo supo nada más verlo entrar. Llevaba los ojos enrojecidos y la mirada tristísima.
- No digas nada –le dijo, cortando un amago de sollozo-. Eres trabajador, honrado y el mejor en tu oficio, ¡te contratarán, seguro! ¡Qué flojos sois los hombres!…
Juana lloraba a solas, nunca lo hizo delante de él ni de sus hijos. Los meses siguientes fueron horribles. Antonio no encontró trabajo por la edad y entró en depresión. Cogió miedo a salir a la calle; hasta abrir el buzón de correos le aterraba.
Fue ella quien intentó sacar a la familia adelante, cosiendo y fregando escaleras. Pero no podía con la hipoteca, los recibos y los gastos. Tardó en decidirse a ir a Cáritas; lo hizo y la derivaron al Economato Social. Allí ha estado en varios periodos. No hace mucho vino a despedirse. A Antonio le había salido un trabajillo, poca cosa, pero que les daba para ir tirando y ya no nos necesitaba.